
En los preliminares a la corrida, la gente abarrota los bares de los alrededores y de la propia plaza. Cerveza a raudales para calmar el calor y más de un gin tonic de ínfima calidad por el que hay que luchar a brazo partido; huele a marisco con amoníaco en los alrededores de Los Timbales. Hace demasiado calor para estar ni un minuto antes de que empiece el paseíllo así que la gente araña hasta el último segundo para entrar en la plaza, almohadilla en mano. El tendido del 7 nació en los años 50 y es una leyenda en Las Ventas, odiado y respetado a partes iguales, ha sido tradicionalmente el contrapunto al buenismo que, quizá, el resto de la plaza practica.
El 7: Chope esto es chope
El primero sale a la plaza y blandea al tercer capotazo, "!Chope, que esto es chope¡" le increpa, el más pintoresco del tendido, al ganadero. El individuo mantiene la atención de sus vecinos de sitio, del tendido, se le oye por toda la plaza y mantiene una tensión con el resto del público jaleada entre insultos. Aprovecha los lances en los que no hay apenas un rumor en el ambiente, dejándose la laringe, para expresar sus opiniones, siempre negativas. Tanto da que abajo se estén jugando la vida, lo único importante es que se le escuche, que se le oiga estar en desacuerdo, encantado de ser el centro de atención busca la confrontación. Le increpa con dureza una señora cinco metros más allá, "A ver si la culpa va a ser mía, dice", mientras jalea los naturales del maestro con un "miau" irónico, haciéndole saber a todo el mundo que el bicho de 600 kilos es un gatito.
El 7: ¡Acércate más, que estás toreando por internet!
Tras un par de buenas tandas en el segundo, la plaza aplaude. Se ríe y grita con rabia "Podéis aplaudir, podéis aplaudir", él es Antoñete, Ordóñez y Esplá, la esencia del toreo. Sabe lo que está bien y lo que está mal aunque salvo raras excepciones está todo mal. Se desgañita cuando desde la plaza le sonríen antes de empezar la faena, se la toma como algo personal –no podía ser menos, que para él este sí es un juego de vida o muerte- y la toma con el chaval "¡Cómplice, eres un cómplice!". No hay la menor esperanza de que disculpe al torero ante la ausencia de bravío en el animal, mezcla las churras, las merinas y las duroc. Y si en algún momento hubiera una oportunidad de que se ligaran tres pases, una posibilidad de disfrutar mínimamente, ahí está él, boicoteando los silencios y el respeto de la plaza.
Unos pocos: Eres un cáncer para esta plaza
¡Que noooooo! Es el grito favorito del 7, dejando claro que ellos lo harían de otra manera. En el tercero, el sol a punto de ponerse, a punto se monta un guirigay, algunos chavales jóvenes les echan en cara que su comportamiento no es el mismo con el ganado de Victorino Martín, vecino en San Agustín de Guadalix de los miembros más beligerantes de esta intifada taurina. Cosas de la amistad, a ellos les parece que los toros de San Agustín mansean menos, blandean menos. El vociferante, entendido y exigente aficionado se ofrece a bajar y torearlo él mismo, "el toro no vale, aún si bajara yo…", ante la media sonrisa de algunos de sus vecinos. Creo que a más de uno no le importaría. Mientras matan al sexto, con el torero jugándose el bigote atruena un "Muy maaaaaaal", su clásico, su favorito . Se oyen sucesivamente abucheos al toro, al torero, al ganadero, a los periodistas y al presidente, la promesa de no volver nunca más a pisar la plaza y la despedida segura hasta mañana.
A mí según avanza la faena me va cambiando la expresión, desde la sonrisa inicial por esa ligera gracia castiza y grosera que desprenden algunos comentarios, hasta un rictus de molestia; no hay quien disfrute a su lado. El tipo y su banda de acólitos no critican el espectáculo, sino a montar su bombero-torero particular, representan un esperpento valleinclanesco que dejó de ser una crítica razonada y respetuosa hace demasiado tiempo, lo que en su momento fue sentido del humor se ha recortado, como los pitones de un ejemplar de mala ganadería, y se ha quedado en rabia y mala leche. En bajeza.
Tan cegados en su locura fanática, que están convencidos de que sin ellos no existiría la plaza de Las Ventas.
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